Lo cierto es que aparentemente no
tenemos mucho que celebrar hoy. Tres años después de aquel luminoso y
esperanzador primer 15 de Mayo, el panorama es desalentador. Las condiciones de
vida de un porcentaje altísimo de la ciudadanía se han deteriorado hasta el
límite de la pobreza. Las condiciones laborales y sociales de todo el país han
sufrido un retroceso de varias décadas. Nos consta que las leyes que han
condicionado este deterioro han sido ejecutadas sin piedad por una clase
política y financiera que mientras tanto se llenaba los bolsillos a cuatro
manos con el dinero robado sutil y no tan sutilmente a los de abajo. Y se ha
puesto en marcha el mecanismo con el pretexto de una crisis de la que ellos
mismos son culpables, pero sin intención de retroceder cuando la situación
económica revierta. Han impuesto las condiciones en las que, de seguir la
ciudadanía asintiendo con su silencio, viviremos durante un tiempo que será
largo y se nos hará eterno.
Tanto mis compañeros como yo, en este
tiempo, hemos visto con desaliento como los ciudadanos nos miran con extrañeza,
condescendencia o peor aún, con desconfianza. Las personas cercanas no siempre
comprenden esta necesidad de “meterse en líos”. Hemos padecido las
arbitrariedades de los poderosos, algunos en forma de molestia, otros en formas
más graves que han podido afectar a sus vidas. En estos años, no son pocas las
veces que nosotros mismos nos preguntamos qué hacemos aquí, qué nos mueve. No
tenemos vocación de mártires, no seguimos en la calle buscando nuestra
inmolación. Tampoco somos héroes intrépidos: tenemos miedo, por nosotros, por
nuestra integridad, por nuestros intereses. Sin embargo hemos conseguido que
ese miedo no nos paralice. Que no nos convierta en cabestros cuya expectativa
única es la propia supervivencia y un pesebre a cualquier precio mientras
esperan a que el temporal amaine. Hemos decidido no agachar la cerviz tratando
de pasar desapercibidos cada vez que el capataz del amo se pasea a caballo
golpeando orgulloso la bota con una fusta, pero tampoco embestimos.
Y tal vez ese sea el verdadero motivo de celebración: seguimos en pie, no
han acabado con nosotros ni el desaliento ni los políticos. Seguimos dando
pasos al frente, a pesar de la marejada represiva que pretende hacernos sentir
amedrentados. Y hemos demostrado que es posible hacerlo pacíficamente a pesar
de las provocaciones. Es posible que seamos considerados por muchos unos
ilusos, ingenuos irredentos, incapaces de ver que no hay nada que hacer. Pero
se equivocan. En estos tres años, los colectivos ciudadanos hemos demostrado que
si se puede. Que los ciudadanos organizados y trabajando con seriedad pueden
frenar la privatización de la sanidad pública. Que se pueden paralizar los
desahucios cuando nos ayudamos. Que hay alternativas al sistema económico
actual que permiten a la gente recuperar la dignidad y el control sobre sus
vidas y que estas alternativas serán tanto más fuertes cuanto más uso hagamos
de ellas. Que los ciudadanos organizados podemos sostener una producción
centrada en las personas y el medio ambiente, sistemas de intercambio, de ayuda
mutua, de energías alternativas, un sistema bancario con principios y una forma
de informarse diferente. Que aunque lo repitan una y mil veces, la respuesta a
la crisis ni es única ni es la que quienes se atribuyen la representación de
los ciudadanos nos quieren imponer. Y el espíritu del 15M, su gente y su
trabajo, están también en los colectivos que han llevado a cabo todos estos
logros. A modo de andamio, las redes generadas a partir de aquel primer 15 de
Mayo han permitido el nacimiento y facilitado el crecimiento de cientos de
movimientos ciudadanos que ahora parecen dispersos, pero no lo están tanto en
realidad.
Para el futuro nos queda el reto verdadero: llegar a generar una masa
social crítica y comprometida, con un volumen suficiente como para que
ignorarla no sea una opción. Una inmensa mayoría que llegue al convencimiento
de que participar no es solo votar cada cuatro años. No es nuestro propósito
evangelizar, no queremos que nadie comulgue con nuestras ideas, porque cada uno
tenemos las propias. No pretendemos decir a nadie lo que debe pensar, sino
hacer llegar a todo el mundo el mensaje de que reflexionar, tomar decisiones y
actuar conforme a la propia dignidad y convencimiento es un deber y nuestra
responsabilidad, e ignorarla es lo que nos ha privado del poder de controlar a
nuestros políticos. Deseamos que las personas sepan que siempre se puede
decidir, aunque hay que estar dispuesto a pagar el precio. Y ningún coste será
tan elevado como padecer unas condiciones de vida miserables, ver a nuestros
niños pasar hambre, a nuestros jóvenes desesperanzados, a nuestros ancianos y
dependientes abandonados a una muerte lenta y larga, a nuestras mujeres
golpeadas, a nuestros desempleados condenados a vivir de la caridad.
Todos y cada uno podemos y debemos formar parte de esa ciudadanía
consciente y movilizada en pos de una vida digna para las personas.
Si, se puede.