martes, 14 de mayo de 2013

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La gente toma las calles como consecuencia y no como excusa, los que estamos hoy en las calles de este imperio nefasto, que va llegando a su fin, no nos asustan sus duelos intimidatorios ni sus secuaces a prueba de balas que obedecen como perros lobotomizados.

Vivimos en la Nueva Roma, y ésta, atrapa esa desesperación en redes conceptuales cada vez más grandes. Nueva Roma tiene la imagen del futuro, moldeada a su semejanza. No queremos malo repetido, sabemos que hay bueno por conocer.

Ahora nos toca a nosotros, los olvidados, nosotros somos los que vamos a frenar al monstruo de los mercados, al monstruo de los gobernantes sumisos y obsecuentes. Un engendro así, sólo es capaz de acechar en la ciudad cuando ésta ya es moribundo. Si le enseñamos miedo él nos mostrará sus trucos, pero estamos despertando de ese coma que duró años, nos estamos poniendo de pie y ellos empiezan a temer.

Nuestra defensa es su acusación, las causas de nuestros supuestos crímenes, ¡su historia!. La opresión constante es su sello, el nuestro es el diálogo. Ellos borran con el codo lo que escribieron la semana anterior, nosotros hace tiempo que enarbolamos el mismo discurso.

¿Cuánto falta para que tu calle se haga salvaje? La suma de gente indignada, de gente asqueada, va subiendo, los engañados cada vez son más, los excluidos se este sistema se cuentan por millones y siguen mirando hacia otro lado, obviándonos.

Somos el miedo de los gobiernos que mienten en nombre de la verdad. El miedo del poder militar, económico y jurídico que impide la comunicación humana de pueblo a pueblo. Somos el miedo de la soberanía de los piratas del mundo que mutilan el estado de ánimo e impiden las emociones reveladoras.

Somos el miedo del poder de los déspotas que reside en mecanismos impersonales. El miedo de las estructuras burocráticas que desalientan las conductas exploratorias. El miedo de las grandes fortunas que se robaron de los derechos naturales. El miedo de los centros de poder que amenazan con la destrucción total. El de esos varones sensatos y "prácticos" que desean dejar su huella en la historia y creen solamente en lo que pueden forzar y controlar.

Somos el miedo de quienes nos adiestran a ser corteses cuando alguna institución nos pisotea. El miedo de quienes temen a los cambios pues su status depende de la rutina y del tiempo de otras personas. El miedo de las tecnologías caprichosas que nos obligan a valorarlas adoptando siempre sus supuestos básicos.

Somos el viejísimo miedo agazapado en todos los rincones del Imperio y estamos encantados.